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Pasaron los tiempos litúrgicos de cuaresma y Semana Santa. Ambos, muy intensos para los cristianos, llenos de actividades y celebraciones religiosas. Entre unas y otras, de una manera u otra, podemos decir que todo el pueblo queda implicado, sobre todo, en la celebración de la Semana Santa. Incluso podemos decir que la implicación y la movida van más allá del pueblo, porque son muchas las personas que viven fuera y acuden a celebrar la Semana Santa a nuestro pueblo, a convivir gozosa y festivamente con familiares y amigos, a participar también en la Semana Santa.
Desde la teoría, tanto el tiempo de Cuaresma como el de Semana Santa se dirigen y orientan totalmente a celebrar el misterio fundamental de nuestra fe: la Resurrección del Señor. Como es deseable, ojalá que esta orientación no se nos haya quedado en mera teoría, sino que la hayamos interiorizado y la estemos viviendo y gozando en el presente Tiempo Pascual.
Es San Pablo que nos afirma que la Resurrección de Jesucristo es la verdad fundamental de nuestra fe: “Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe” (1Cor 15, 14). Pero, además, sigue afirmando algo importantísimo para nosotros: Si Cristo ha resucitado, también nosotros resucitaremos con Él (cfr. 1Cor 15, 12-20; 1Tes 4, 14).  Efectivamente, todos pensamos que vencer la muerte por medio de la resurrección es lo más importante para nosotros; ésta es la única verdad que puede dar sentido a nuestra vida, y no hay otra.
Sin embargo, siendo la resurrección la verdad y el acontecimiento más importante para nosotros, no podemos pensar ni imaginar siquiera cómo será. Nadie de nosotros ha visto a Dios, es decir, nadie de nosotros ha visto, ha tocado, palpado o experimentado la resurrección. Si creemos, hablamos o esperamos con firmeza la resurrección es porque Jesucristo, en quien creemos, nos lo dice y afirma reiteradamente desde su Evangelio, y porque los Apóstoles nos dan testimonio veraz de ello: “Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos…os lo anunciamos” (Jn 1, 1). No se trata, por tanto, de lo que nosotros imaginemos, sino de lo que vieron, experimentaron y plasmaron los testigos del Señor resucitado en los Escritos Sagrados y en la Tradición de la Iglesia. Son las palabras de Jesús, o las narraciones de los encuentros con el Resucitado, o la doctrina de San Pablo las que miramos, creemos y aceptamos con fe y esperanza.
Este testimonio, que hemos recibido, es el que también debemos compartir y transmitir, pero no sólo como una transmisión teórica de la experiencia de otros, sino como algo que nace de nuestra fe viva, de nuestra experiencia propia. Jesús no sólo resucitó, sino que vive resucitado en y entre nosotros: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.
Desde la fe que profesamos, ¡Feliz Pascua de Resurrección a todos!

 

Lo que no hemos visto ni oído

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